Hace poco salían a la luz pública los resultados de una investigación de Facebook sobre la variación de las emociones sus usuarios dependiendo de las actualizaciones que les mostraba. Muchas personas se quejaron de su «presunta» falta de ética. Fijaos que pongo «presunta» entre comillas porque es un tema controvertido. Desde el punto de vista académico, sí. Desde el punto de vista empresarial, en absoluto.
A diario somos bombardeados con millones de piezas informativas (puedes llamarlas también «experimentos») que intentan manipular nuestras emociones y cambiar nuestro comportamiento. Llamémoslas «publicidad», «propaganda», «prensa», «educación», «arte», «religión»… Todas con el objetivo de que adquieras un producto, votes a un partido, sigas a un equipo, adoptes unos valores morales, te preocupes por un tema…). Las piezas que tienen éxito en el experimento de convencernos, permanecen y evolucionan; las que no, son sustituidas por otras.
El problema es que estamos tan inmersos en la vorágine informativa que no nos damos cuenta de que estamos controlados por la saturación de la información de ciertos temas, pero también por la ausencia de otros. Sobre todo porque los emisores de la información han aprendido (¿o debería decir «hemos aprendido»?) a hacerlo muy bien, y apenas dejan espacio a que nos planteemos no sólo no comprar lo que proponen, sino que tenemos derecho a buscar alternativas.
Si te estás preguntando qué hace un post tan político en un blog tan de temas de interacción como éste, piensa en que las respuestas a una cuestión tan trivial como «¿Cómo te sientes cuando lees un periódico que no sigue tu misma ideología?«, no serían muy diferentes a «¿Cómo te sientes cuando utilizas un sistema operativo diferente al que estás habituado?«.